En la Tierra Media habitan criaturas de enorme poder e historias cautivadoras. Entre ellas, Smaug destaca como un dragón legendario, símbolo de la codicia desmedida, la fuerza devastadora y la arrogancia desmesurada. Su presencia en la obra «El Hobbit» y en la trilogía cinematográfica homónima lo ha convertido en uno de los personajes más emblemáticos de la literatura fantástica, capturando la imaginación de lectores y espectadores por igual.

Smaug, cuyo nombre proviene del inglés antiguo y significa «gusano», representa la naturaleza reptiliana y voraz de los dragones. Su origen se remonta a las tierras frías del norte, donde creció alimentado por la codicia y la ambición de amasar riquezas. En el año 2770 de la Tercera Edad, descendió sobre Erebor, la Montaña Solitaria, hogar del próspero reino enano. Con su aliento de fuego y su fuerza bruta, arrasó la ciudad, mató a sus habitantes y se adueñó de sus inmensos tesoros, convirtiendo Erebor en su guarida.
Invasión a Erebor

En el año 2770 de la Tercera Edad, la sombra de un terror colosal se cernía sobre la Tierra Media. Smaug, el dragón de fuego proveniente de las gélidas tierras del norte, descendió sobre Erebor, la Montaña Solitaria, hogar del próspero reino enano. Impulsado por una codicia insaciable y un hambre de poder desmedida, Smaug desató su furia sobre la ciudad enana. Su aliento de fuego destruyó casas y edificios, derritiendo la piedra y el metal como si fueran mantequilla. Sus garras afiladas despedazaron a los guerreros enanos que intentaron defender su hogar, y su rugido atronador aterrorizó a los habitantes de Erebor. La resistencia fue en vano. La ciudad, una vez símbolo de la grandeza y el trabajo de los enanos, se convirtió en un infierno ardiente bajo la ira del dragón.
Tras la destrucción total de Erebor, Smaug se apoderó del tesoro acumulado por los enanos durante generaciones. Oro, joyas y piedras preciosas se amontonaron en su guarida dentro de la montaña, alimentando aún más su codicia y su vanidad. Los enanos, desterrados de su hogar y despojados de sus riquezas, se dispersaron por la Tierra Media, cargando con el dolor de la pérdida y la esperanza de un día poder regresar a su tierra natal.
La invasión de Smaug a Erebor marcó un punto de inflexión en la historia de los enanos. Su reino, otrora un faro de prosperidad y cultura, se convirtió en un símbolo de la destrucción y la avaricia. La codicia del dragón había dejado una cicatriz profunda en la Tierra Media, y la búsqueda de venganza y la recuperación de su hogar se convertiría en el motor que impulsaría las acciones de los enanos en los años venideros.
Nuevo despertar de Smaug
Casi doscientos años después de la invasión de Erebor, una compañía de enanos liderada por Thorin Escudo de Roble, nieto del rey Thrór, emprendió una ardua misión para reconquistar la Montaña Solitaria. Motivados por el deseo de recuperar su honor y legado, los enanos iniciaron un viaje lleno de peligros y desafíos, guiados por la sabiduría del mago Gandalf y la astucia del hobbit Bilbo Bolsón.
Su camino los llevó hasta las puertas de Erebor, donde se encontraron con un Smaug dormido sobre su tesoro. La presencia del hobbit Bilbo despertó la ira del dragón, quien, al notar la ausencia de una copa de su tesoro, se enfureció. Smaug, cegado por su codicia y su arrogancia, no podía concebir que un simple hobbit se atreviera a robarle.
Ataque a la Ciudad del Lago
Furioso por el robo de una copa de su tesoro y motivado por su insaciable codicia, Smaug decidió vengarse de los enanos y de todos aquellos que lo habían desafiado. Su objetivo: la Ciudad del Lago, Esgaroth, donde los enanos habían encontrado refugio y donde Bilbo Bolsón, el hobbit que había osado robarle, se encontraba junto a ellos.
Con un rugido atronador que hizo temblar la tierra, Smaug descendió sobre Esgaroth. Su aliento de fuego incendió casas y edificios, reduciendo la ciudad a cenizas. Los habitantes de Esgaroth, aterrorizados y desesperados, intentaron huir en sus botes, pero Smaug los perseguía sin piedad, incinerando a muchos en el proceso.
En medio del caos y la destrucción, Bardo, un hábil arquero de Esgaroth, se elevó a la cima de una torre con la esperanza de detener al dragón. Con una flecha negra en su arco, Bardo apuntó al único punto débil de Smaug: una escama desprotegida en su vientre. El disparo de Bardo fue certero. La flecha atravesó la escama de Smaug, provocando un rugido de agonía. El dragón, herido de muerte, se elevó en el aire, descontrolado, y finalmente se estrelló contra el lago, creando un enorme remolino que hundió su cuerpo en las profundidades.
Habilidades
Smaug era un ser de inmenso poder y ferocidad. Su tamaño colosal le permitía derribar edificios con facilidad, y su aliento de fuego era capaz de incinerar cualquier cosa a su paso. Además, era un ser inteligente y astuto, aunque su codicia lo cegaba y lo hacía subestimar a sus enemigos.

- Fuerza física descomunal – Su tamaño colosal le daba una fuerza bruta capaz de destruir edificios y aplastar a sus enemigos con facilidad.
- Aliento de fuego – Era su arma más letal, capaz de incinerar cualquier cosa a su paso y reducir ciudades a cenizas.
- Inteligencia y astucia – Poseedor de una mente aguda, era capaz de elaborar planes y estrategias para defender su tesoro y atacar a sus enemigos.
- Sentidos agudos – Su olfato y su oído eran extremadamente sensibles, lo que le permitía detectar a sus enemigos incluso desde grandes distancias.
Personalidad
Smaug era un ser arrogante y vanidoso, convencido de su propia invencibilidad. Su codicia por el oro era insaciable y lo impulsaba a cometer actos de crueldad sin remordimientos. A pesar de su inteligencia, era susceptible a la ira y la impulsividad, lo que lo llevó a cometer errores y finalmente a su perdición. Su singularidad ha llevado a que se produzca distintos productos de merchandising, como FUNKO POP Smaug de gran tamaño de este dragón:
- Avaricia insaciable – Su obsesión por el oro lo cegaba y lo convertía en un ser despiadado, capaz de destruir y matar para obtener más riquezas.
- Arrogancia y vanidad – Creía que era invencible y subestimaba a sus enemigos, lo que lo llevó a cometer errores fatales.
- Ira e impulsividad – Su temperamento explosivo lo convertía en un ser impredecible y peligroso, incapaz de controlar sus emociones en momentos cruciales.
- Crueldad y sadismo – Disfrutaba del sufrimiento de los demás y no mostraba compasión por sus víctimas.